ANÁLISIS DE LA PUBLICACIÓN GENERADO POR IA PARA OFRECERTE UN ANÁLISIS MÁS PROFUNDO DE ESTE TEMA

Hace unos días, alguien me lanzó una comparación que, aunque parecía inofensiva, reveló un malentendido profundo sobre lo que significa generar valor en el mundo digital —y más aún, en la era de las apariencias: Me dijeron: “Hay una influencer que vende asesorías y cursos solo con su carisma y su imagen. No importa que use su atractivo físico, ¡ella vende! En cambio tú, con tanta formación y experiencia, sigues perfeccionando tu producto…”

¿Qué argumento puedo presentar frente a esta observación?

¿Qué fue lo peor de esta comparación?

Lo peor no fue la comparación: fue la lógica detrás de ella. Una lógica que confunde facturación con impacto, imagen con estrategia, y rapidez con valor. No era una crítica directa, sino una observación… pero cargada de una lógica peligrosa: que vender más rápido equivale a ser más capaz. Que facturar primero significa ganar. Que la forma supera al fondo. Pero vender no es lo mismo que construir.

Y no, no compito en ese juego. Porque ese juego tiene fecha de caducidad.

Sí, podría lanzar algo a medias y hacer ruido. Pero prefiero construir con coherencia, propósito y una base sólida, que no dependa de tendencias pasajeras ni algoritmos volátiles. Porque al final del día: las luces se apagan, las modas cambian y el valor real permanece.

Durante años he trabajado con empresas reales, con resultados medibles, con sistemas diseñados para escalar, automatizar y sostener negocios a largo plazo. No me interesa atraer por una imagen, sino transformar desde la estrategia. No soy un “producto viral”. Soy un arquitecto de negocios digitales.

No compito por atención. Trabajo por transformación.

El carpintero que clava a medias

Imagina que tu vida entera depende de un solo clavo. Un carpintero apresurado clava todo a medias. En diez minutos, su casa está “lista”. Se ve bonita, saca fotos y todo el mundo aplaude su rapidez. Otro carpintero, más meticuloso, clava cada clavo con precisión milimétrica. Se demora el triple de tiempo.

Parece exagerado. Hasta que llega la primera tormenta.

La casa del primero se cae a pedazos. La del segundo sigue en pie.

Y entonces no hay debate: la diferencia entre “hecho” y “bien hecho” no es estética, es supervivencia.

Vender “lo fácil” es vender un holograma

Se ve, se siente, hasta puede sonar real, pero cuando intentas agarrarlo se disuelve entre los dedos. Te prometen el 100 % con el 30 % del esfuerzo. Eso viola la ley de conservación de la energía: todo resultado que vale la pena exige un mínimo de energía y tiempo. Si alguien te asegura que puedes saltarte la mitad del trabajo y obtener el mismo resultado, lo único que te está entregando es la mitad de la realidad, envuelta en un espejismo.

El humo brilla, pero no sostiene

Vender humo funciona a corto plazo. Se disfraza de eficiencia, se vende con frases mágicas: “sin esfuerzo”, “en piloto automático”, “ingresos pasivos en 7 días”. Pero el humo siempre cobra su precio, con intereses:

  • Cursos exprés que no te preparan para un entorno real, te dan un certificado en 48 horas, pero cuando llegas a la entrevista no sabes ni contestar la primera pregunta.
  • El humo nunca desaparece; solo se convierte en deuda técnica, intelectual o moral que terminas, al final, pagando con intereses.
  • El humo necesita neblina para sobrevivir. Cuanto más brillante el humo, más gruesa la cortina de palabras bonitas que impide ver el desastre que viene detrás.

Como el pequeño clavo mal clavado, el producto “fácil” colapsa cuando lo pones en contacto con la vida real: un usuario distinto al perfil promedio, una tormenta, un cliente exigente, una pandemia.

Y ahí, lo que parecía sólido, se evapora.

Vender humo seduciendo no es estrategia

Ahora abordemos lo que muchos evitan decir. Hay quienes usan su atractivo físico como vehículo para vender servicios sin sustancia. No es cuestión de género; es cuestión de integridad profesional. Confundir marketing con seducción no construye reputación a largo plazo. La estrategia no se mide en likes, sino en resultados sostenibles.

Mientras tanto, quienes diseñamos procesos, modelos de negocio, sistemas escalables y soluciones reales… sabemos que el valor no siempre se ve en la portada. Se demuestra con el tiempo.

El facilismo vende minutos hoy, pero cobra años mañana. El perfeccionismo invierte minutos hoy, y regala años después. Por eso los iPhones originales siguen funcionando 15 años después, mientras los “smartphones baratos” mueren a los dos. Por eso los puentes de Isambard Kingdom Brunel siguen en pie después de siglo y medio, mientras los puentes rápidos de bajo costo colapsan con la primera crecida.

Hacer las cosas a medias es como apagar un incendio con gasolina. El perfeccionismo no es obsesión; es un seguro de vida.

Resultados reales ≠ likes

En la comparación que me hicieron, la “influencer” puede presumir de seguidores. Yo presento métricas: ROAS, CAC, LTV, churn, SLAs firmados. Ella vive del algoritmo. Yo vivo de la recompra. Ella necesita nuevo público cada semana. Yo trabajo con los mismos clientes durante años.

La diferencia está en el marcador que cada uno decide mirar. Sin embargo, la persona sin preparación no puede mostrar esos números, porque no existen. Yo sí los puedo mostrar, aunque el público promedio prefiera ser entretenido antes que analizar un dashboard.

El mercado castiga tarde, pero castiga fuerte. Cuando el cliente exige un informe serio, una campaña multicanal o una proyección financiera, el show se acaba.

Engaño visual ≠ ventaja competitiva

Usar el atractivo físico de una persona como comodín es como imprimir billetes falsos: circulan, pero cuando alguien intenta cambiarlos en el banco, el fraude se descubre. La ventaja competitiva real es intransferible: años de estudio, horas de prueba, fallos registrados, iteraciones. Eso no se presenta en 15 segundos.

Y aquí, el daño colateral es brutal.

Cada vez que se elige una solución superficial en lugar de una propuesta real, el mercado entero paga el precio y tres cosas pasan:

1. El cliente pierde dinero y tiempo.
2. El mercado se llena de ruido, encareciendo la atención para quienes sí saben.
3. La persona sin preparación queda expuesta a demandas, cancelaciones y burnout cuando la audiencia se da cuenta de que el “plan de 7 cifras” era un PDF de 3 páginas copiado de HubSpot.

Te comparto unas analogías que lo explican mejor:

La ruleta de casino vs. la fábrica de aviones

En esta analogía, imagina que:

  • La “influencer” es la ruleta: alguien apuesta, gana ruido y luces; la gente aplaude. La ruleta genera emoción, gritos y aplausos. Dura minutos.
  • En contraste, yo soy la fábrica de aviones: cada pieza se certifica, cada tornillo tiene trazabilidad. La fábrica de aviones tarda años. Diseña algo que puede volar décadas sin estrellarse y cuando despega, cruza continentes.
  • Si la persona que hizo esa comparación tuviera que cruzar el Atlántico, ¿subiría al avión de la ruleta o al que salió de la fábrica?

El aplauso inicial no te lleva a ningún lado; el avión sí.

El vendedor de mapas falsos y el cartógrafo

En esta analogía, imagina que:

  • La “influencer” vende mapas dibujados a mano con colores bonitos: la gente compra y se siente aventurera.
  • Yo vendo mapas topográficos con coordenadas GPS y curvas de nivel.

Al primer río real, el mapa falso se disuelve de tanto mojarse; el mío sigue funcionando.

El que vende mapas falsos no es más listo; solo aprovecha que el cliente aún no ha llegado al río.

La influencer como ilusionista, o el bombero

En esta analogía, imagina que:

  • La “influencer” es una ilusionista que entretiene: hace desaparecer 100 dólares del espectador y lo convierte en “motivación”.
  • Cuando arde el negocio, nadie llama a la ilusionista. Llaman al que sabe apagar incendios. Llaman al bombero.

La magia llena teatros. La preparación salva ciudades.

Para profundizar mejor en mi explicación te comparto aquí unas observaciones importantes:

El efecto burbuja de humo

Los lanzamientos de esa “influencer” dependen de una constante inyección de dopamina social. Si Instagram mañana le baja el alcance, sus ventas caen al 20 %. En contraste, mi lista de clientes descansa en acuerdos firmados, casos de éxito y KPIs auditables, no en un algoritmo que puede apagar tu grifo de clientes de un día para otro.

Un modelo de negocio que muere si se apaga la música no es un negocio; es un concurso de baile.

El dilema del restaurante pop-up

  • La “influencer” abre un restaurante «pop-up» que sirve platos fotogénicos pero insípidos; la cola da la vuelta a la manzana el primer mes.
  • Yo abro un asador que tarda tres meses en hornear su primera costilla perfecta; al cuarto mes tengo lista de espera para los próximos dos años. ¿Cuál sigue abierto dentro de cinco años? La cola inicial no predice la permanencia; la calidad sí.

El marcador que no se ve

La persona que hizo la comparación inicial solo mira la primera mitad del partido en la que la “influencer” realiza unas (ventas iniciales). Yo juego la final completa (impacto + recompra + reputación + upsell + casos de éxito que se convierten en nuevos contratos). Cuando el alumno de la caramelera descubre que su negocio sigue igual, pide reembolso, deja reseñas negativas y la influencer gasta lo recaudado en publicidad para tapar el agujero. Cuando mi cliente duplica su facturación, firma un SLA de dos años y me recomienda a tres de sus amigos que son dueños de sus propios negocios.

Así que sí, ella mueve caramelos y yo muevo empresas. Cuando la tormenta de resultados falsos pase, los caramelos se derriten y los puentes que construí seguirán en pie.

CONCLUSIÓN

Comparar una “influencer” que vende humo con un estratega profesional es como decir que el mago que hace desaparecer 100 dólares en el escenario es más valioso que el arquitecto que diseñó el teatro donde se presenta.

El mago entretiene. El arquitecto construye.

Si vamos a hablar de construir, yo no compito por atención. Compito por transformación.

Vender humo es fácil: basta con que el cliente aún no haya intentado respirar. Yo vendo oxígeno real. Por eso mis clientes siguen vivos años después del contrato. El que vende humo necesita un público nuevo cada semana; el que vende oxígeno necesita el mismo cliente durante décadas. Vender mucho sin entrega real es como llenar un vaso con agua del grifo cuando el cliente pidió vino: se ve lleno, pero cuando lo prueba, no sabe a nada. Yo prefiero llenar menos vasos, pero que cada trago convierta al cliente en viticultor de mi reputación.

Al final, el mercado no recuerda quién vendió primero; recuerda quién no tuvo que pedir perdón después.

En mi opinión, vender un curso vacío es como cobrar por una cena de plástico: se ve bien en Instagram, pero nadie se llena. Vender consultoría real es como cultivar un viñedo: tarda, pero el vino se vende en catas privadas al doble de precio durante las próximas diez cosechas.

Y no olvides esto — Quien vende estrategia sin saber de estrategia no “logra resultados”, solo adelanta la fiesta antes de que llegue la resaca. Cuando la resaca llegue, los likes no sirven de aspirina. Puedes vender humo a muchos por poco tiempo, o valor real a pocos durante años. Yo elijo lo segundo. Y por eso no compito con “influencers“: construyo negocios que resisten tormentas.

¿Quieres mover la aguja de verdad?

Entonces no midas por el brillo del empaque. Mide por lo que queda en pie cuando llega la tormenta.

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Esto es todo por ahora. Espero que hayas aprendido algo nuevo.

Saludos y hasta pronto.

firma germán cadena

Germán Cadena, MBA MMIS PMP®
Director Ejecutivo, ACCIÓNICA | perfil profesional